viernes, 16 de agosto de 2019

POR DECIR ¡VIVA SAN ROQUE! San Roque es, quizá, el Santo más celebrado en la provincia

POR DECIR ¡VIVA SAN ROQUE!
San Roque es, quizá, el Santo más celebrado en la provincia

   
   Me llevaron prisionero, y ahora que estoy en prisiones… ¡Vivan San Roque y su perro!
   Lo cantaban los mozos de Atienza hace cincuenta o más años cuando la noche víspera de la celebración, a lo largo de las calles principales de la villa, en inagotable procesión, subían y bajaban, desde el Rollo a la capilla y desde la capilla al Rollo, con los pellejos de vino que quedaron inservibles, y con todo aquello que  podía arder, y permanecer ardiendo ocho o diez o quince minutos, desde el Rollo a la capilla y desde la capilla al Rollo.

 Por decir ¡Viva San Roque!. Guadalajara en la Memoria. Nueva Alcarria, Guadalajara

   El Rollo, que no picota, se situó en tiempos, señalando la real jurisdicción de la villa, junto a la Puerta de Antequera, al lado del antiguo Hospital de Santa Ana. La capilla continúa en su lugar de siempre, embutida en uno de los numerosos caserones de la calle de Cervantes desde que allí se situase por el siglo XVIII.

   Es, quizá, una de las más sencillas de Atienza, a pesar de estar dedicada a Santo de tanto tronío. Lo último que se conoce de ella es que fue reformada por la familia de quien fuese el primer piloto aéreo de Atienza, la de Vicente Redondo. Su hermano Abundio, que se dedicaba a la construcción la enlosó por la década de 1940, y uno de los mejores artesanos de la madera que conoció el pueblo, Ladislao Ruilópez, labró su altarcito. Y allí sigue el Santo, mirando a quien pasa por delante, suplicando una limosna.

   Es, quizá, San Roque, el Santo más seguido de la provincia, o lo fue, cuando las pestes hacían de las suyas y no había más remedio que encomendarse, como cuando truena a Santa Bárbara, en aquellas a San Roque para librarse del mal.


   La última gran peste conocida por esta parte norteña de la provincia de Guadalajara fue la de la fiebre tifoidea, seguida del sarampión, que se metió de lleno por algunos pueblos del entorno de La Bodera allá por la década de 1920, peste de la que libró al pueblo, más que San Roque, uno de los médicos de Atienza, don Carmelo Martínez Aldaz a quien, en recompensa, se le impuso la Gran Cruz de la Beneficencia, el 16 de julio de 1930.

   Antes, en el siglo XIX, Guadalajara, como media España, se vio zarandeada por aquel mal que dieron en llamar, porque de por allá venía, el mal del Ganges, que no era otra cosa que el cólera. Enfermedad de pobres, a juicio de los ricos; y que se llevó a la sepultura, quién sabe por qué, a más ricos que pobres. A pesar de que los pobres quedaron registrados y los ricos, porque no los señalasen, morían de cualquier cosa menos de la enfermedad reinante, que así lo anotaban los clérigos en los libros de defunciones. En muchos pueblos de Guadalajara todavía se recuerda el año del cólera, refiriéndose al de 1885, a pesar de que el más mortífero fue el de 1855, cuando la provincia perdió, en apenas dos meses, a cerca de 10.000 personas.

   Por aquellos tiempos no le faltaron a San Roque devociones, ni procesiones; a pesar de que su patronazgo sobre la peste venía de antiguo, de los siglos XIV, o XV o XVI, cuando las pestes entraban por una punta de las poblaciones y salían por la otra, como diría nuestro Académico de la Real de Medicina, Doctor Sanz Serrulla, con la guadaña chorreando sangre.

   De aquellos siglos son las numerosas ermitas que se distribuyen a lo largo y ancho de la provincia dedicados al santo patrono de los apestados, de los perros, de los peregrinos, de los inválidos, de los cirujanos… En una palabra, de quienes fían en él.

   Si nos ponemos a echar cuentas de ermitas dedicadas al Santo, no paramos. La tenemos en Trillo; en Albendiego; Villacadima; en Sigüenza; en Guadalajara; Budia; Henche; Luzón; Horche; Alcolea del Pinar; dos o tres docenas de municipios más y, por supuesto, en Palazuelos.

   Y no contemos ya los pueblos que, por estos días, lo celebraban como patrón, principal o secundario, desde Copernal a Codes, pasando por Castilblanco, Hijes, Sigüenza…, y dos o tres docenas más. Otros, como sucedió con Atienza, lo tenían como fiesta señalada; en la que se llegaban a lidiar, incluso, ¡las vacas del pueblo! Las más rebeldes, claro está.

   En Palazuelos, que es villa señorial donde las haya, se juramentaron para ponerse sus propios bajo la protección del Santo cuando los tiempos de las pestes bubónicas, que aquellas asolaban las poblaciones, cuando corrían, según las cuentas, los últimos años de la Alta Edad Media, a punto de entrar en la Edad Moderna. De aquellos días, finales del siglo XVI, a juzgar por lo que la historia cuenta, arranca lo que allí llaman “el voto de San Roque”, que fue la promesa de ponerse bajo la advocación del Santo a cambio de que este los librase del mal. Que lo debió de hacer, pues desde entonces lo hicieron figurar como titular de una de las puertas de la villa y en ella situaron una estampa, o lienzo con su estampa, para tenerlo presente, al entrar y salir del lugar. De ahí que, con el tiempo, también le dedicasen la correspondiente tonadilla:

La entrada de Palazuelos
es una entrada bonita,
al entrar está San Roque,
y al salir está la ermita.

   Santo de tanta devoción no podía pasar inadvertido para los sencillos lugareños que imaginaban que encendiendo luminarias la noche del titular, el fuego y el humo se llevarían los males.

   Cuando aquello del año del cólera se paseaban las ovejas por las calles de muchos pueblos de España, en la creencia de que el mal se enredaría en la lana, y con ellas saldría; y la lumbre siempre estuvo presente en cualquier celebración que se precie.

   Y, en ocasiones, para darle mayor gloria, para la festividad se contrataba a un buen predicador para que en la función mayor lo citase, cuantas más veces, mejor. En Copernal, para ser más, llegaron a ofrecer al cura un real, de ¡sabe Dios qué tiempos!, por cada vez que citase al Santo. Eran tiempos en los que se hacían esas y ofertas semejantes. En Hijes se pagaba un cuartillo de vino al primero que por San Blas divisase una cigüeña, o sea que…

   Doña Isabel, la maestra más cascarrabias que conoció Atienza, describió en los lejanos inicios del siglo XX la fiesta de Roque como una especie de juerga colectiva: “El día 15 de agosto por la noche todo el pueblo se congrega en esta calle, hombres y muchachos provistos de palos, mejor cuanto más largos y gruesos, en un extremo de los cuales ponen un boto, esto es, un cuero viejo de vino, los prenden fuego y los pasean a todo lo largo de la calle llena de gente, ardiendo, chorreando pez hirviente en gruesas gotas que caen donde caen, yo no sé cómo no se abrasan diez o doce personas todos los años. Un humo irrespirable de pellejos y pez quemados llena la calle y el lugar”.

   En Palazuelos, el día del voto, ha pasado a ser el día del “boto”;  en homenaje al Santo patrón se renueva la promesa, “del voto al santo convirtiéndose en la quema de un “boto” por parte de quienes almacenaban líquidos”.

   Dicho sea, aunque ya quedó aclarado, que el boto es el hermano mayor del botillo, de la bota; primo y descendiente de los pellejos, de aquellos pellejos contra los que acometió don Quijote.

   Palazuelos es ya, tal vez, la última población de la provincia de Guadalajara que celebra la fiesta de San Roque quemando un boto. Por Budia también queman pellejos, pero por la Sampedrada, que como se deduce, cae por San Pedro. De Atienza desapareció la costumbre cuando el siglo XX alcanzó la edad de la jubilación.


   La de Palazuelos es una fiesta hermosa, con un entorno que nos lleva a los tiempos en los que la población se encomendó a San Roque; cuando el señor de la villa ya debía de ser don Diego Hurtado de Mendoza, nieto del Cardenal don Pedro, a quien llegó de puritica casualidad, después de que con su padre no se quisiera casar su prima doña Catalina, que optó por meterse a monja. Y como doña Guiomar, la hermana de doña Catalina, no tuvo descendencia con el conde de Priego, don Diego padre hizo valer sus derechos de primo despechado y...
   Y, como diría nuestro admirado Sinforiano García Sanz:

A cada Santo, su padrenuestro,
y San Roque, solo medio,
que para santo francés,
bastante es…

   Aunque haya quien continúe la copla que cantaban por Atienza cuando el siglo XX era mozo, con sus botillos ardiendo, correándoles la pez: Por decir ¡Viva San Roque!, me llevaron prisionero; y ahora que estoy en prisiones, ¡Vivan San Roque, y su perro!
   Y es que San Roque significa, por esta parte de la provincia, con Palazuelos y Sigüenza al frente, fiesta.

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 16 de agosto de 2019

lunes, 12 de agosto de 2019

AGOSTO DE DANZAS Y DANZANTES, EN LA SERRANÍA.

AGOSTO DE DANZAS Y DANZANTES, EN LA SERRANÍA.
Los danzantes de Galve y Condemios celebran a sus patronos


   
   Una de las principales festividades que a través de los siglos celebró la población de Hijes, metida en la hermosura de las sierras que dividen las hoy provincias de Guadalajara y Soria, en la tan desconocida y por descubrir “ruta de los pueblos rojos”, popularizada a través del Camino del Cid, fue la de San Bernabé, santo que de alguna manera abría la puerta a las celebraciones primaverales de este lado serrano al que por su altitud, las templanzas llegaban algo más tarde que al resto de la provincia. No digamos de la parte de la Nueva Castilla, que se extendió hacia las extremaduras andaluzas.


 Agosto de danzas y danzantes en la Serranía. Guadalajara en la Memoria. nueva Alcarria. Guadalajara

 
   San Bernabé, que se celebró por aquí como fiesta grande el 11 de junio, llevaba a la población una de las más famosas comparsas de danzantes que se conocieron en este rincón provincial. Que fue, como pocas, tierra de danzaderos al santo patrón correspondiente; al que acompañaban desde la iglesia y a través de las calles en su recorrido procesional por el pueblo para regresar, animados de la música de la gaita y el tambor, nuevamente al lugar del que partieron, ejecutando alguna de aquellas tan conocidas y bailables piezas en ritmo de jota y compás de romance que, gracias a las poblaciones vecinas de Condemios o Galve, mantenemos en la  memoria.

   Aquellas que hablan de caballeros hidalgos, damas enamoradas y tantaranbainas al tero lero. Que es, poco menos, que el sonido que producen los palitroques, puesto que también se danza a ritmo de palitroque, al chocar entre ellos, en las danzas de paloteo.

   En el remoto siglo XVIII ya se nos daba cuenta de que los vecinos del Concejo de la villa de Hijes, entonces vasallos del Conde de Coruña antes de serlos de los duques del Infantando, celebraban misa mayor, además de las votivas correspondientes, junto con una novena al dicho Santo Bernabé. Danzantes que costaban, entre unas y otras cosas, la nada desdeñable cantidad de ciento cincuenta reales anuales, dándonos a entender que estaban a salario del Concejo. O que el Concejo pagaba aquella fiesta, porque era la principal, puesto que los danzantes se invitaban con aquello  que los vecinos echaban en la bolsa del zarragón, por bailar una pieza a las puertas de cualquiera de las familias que lo solicitaba.

   Los danzantes de Hijes también tomaron parte en las fiestas de San Miguel de mayo del vecino pueblo de Ujados, ya que durante varios siglos ambas poblaciones, quizá de las más significativas del “Condadillo de Miedes”, lo compartieron casi todo: el médico, el farmacéutico, el herrero, el veterinario, el cura y, si a ello nos ponemos, hasta las nubes de la tormenta.

   Algo más alejado de Higes, subiendo hacía la raya provincial de Segovia, en Campisábalos, los danzantes, al igual que los anteriores, dejaron de bailotear hace ya  mucho tiempo. Cuando la herida de la emigración gangrenó estas tierras hasta dejar las carnes en puritico y, prácticamente, fosilizado hueso.


   Y sin embargo, de estos tres que llevamos citados, el que mantuvo a sus danzaderos durante más tiempo fue el hermoso pueblo de Campisábalos. Ocho eran los mozos que con motivo de la festividad de Santa María Magdalena, el 22 de julio; y de San Bartolomé, el 24 de agosto, abrían las correspondientes procesiones a través de las calles del municipio al son de la gaita y a ritmo de danza, ejecutando sus artísticos saltos a honor y gloria de los titulares de la fiesta; recorriendo el pueblo entre el alborozo de los vecinos que, al final de cada una de ellas, ofrecían alguna caridad que posteriormente los danzarines empleaban, como en Higes, en invitarse a una merienda bien regada con el sano fruto de la vid correspondiente.

   Danzantes y danzaderos hubo en el vecino lugar de Villacadima, con ocasión de la Virgen del Campo, aquí celebrada el 8 de septiembre, y con motivo de las fiestas votivas de San Roque, el 16 de agosto, de cuya memoria prácticamente nada queda, ni gente para contarlo. Y danzaderos a ritmo de gaita hubo en su vecino y hermoso poblachón de Cantalojas, al que Villacadima perteneció como anexionado desde los remotos primeros tiempos del siglo XIX.

   Aquí, en Cantalojas, todavía los danzantes continuaron saliendo a las calles, precediendo al santo patrón, San Julián Confesor, que de alguna manera quiso desplazar la fiesta en honor a la Virgen de Valdeiglesias, traída a la población desde su ermita a ritmo de danza y que terminaron siendo, prácticamente, una misma celebración. Aquella Virgen de Valdeiglesias que todavía conserva la letra de sus aleluyas:
La Virgen de Cantalojas,
de Valdeiglesias llamada,
tiene el color de las hojas,
del robledar y pinada…

   Los mozos danzantes que abrían las procesiones a ritmo de gaita, como en las poblaciones anteriores hace ya también muchos, pero que muchos años, que desaparecieron. Sin embargo aquí, en la Cantalojas pinariega, la danza de los ocho mozos quedó reemplazada por la de casi todo el pueblo; o por la de aquellos vecinos y vecinas del pueblo que, cuando la procesión se detiene en los lugares que señala la tradición, bailotean ante las imágenes correspondientes con el recogimiento propio de las grandes festividades, a ritmo de jota, en escena que se repite por muchos de los pueblos de las provincias vecinas de Soria, Segovia y Ávila, en estampa prendida a la memoria de los lugareños de esa Vieja Castilla a la que Cantalojas perteneció, desde tiempo inmemorial, hasta que la reciente historia trazó los mapas de nuestra organización provincial actual. No olvidemos que Cantalojas, antes de ser Guadalajara, fue segoviana por parte de la vecina tierra de Ayllón, y burgalesa, por parte de Aranda de Duero.

   También hubo, y los continúa habiendo, danzas y danzantes al pie del castillo de Galve. Danzas y danzantes que aquí quedaron unidos a la Virgen del Pinar, que se celebró por el mes de octubre y ahora, por aquello de reunir a los vecinos de la villa, que como los de tantas otras andan desperdigados por el rugoso mapa que conforma el reino, se unen en el mes de agosto, los tercer sábado y domingo, para danzar, bailar y cantar, traer y llevar de la iglesia a la ermita y de la ermita a la iglesia, a su Virgen patrona a ritmo de gaita y compaña de danza.

   Y allá vieres, como los antiguos dirían, a las mozas y mozos que hoy conforman el grupo de danzantes ejecutando sus saltos, castilleros incluso, organizados por su zarragón, como manda la costumbre, vestidos de domingo, que es como decir que lucen traje de fiesta, ribeteado de flores cuando la ocasión lo requiere, y hacen sonar castañuelas y  palitroques, cuando lo requiere también la ocasión, como para que se despierten, sin durmiendo están, aquellos espíritus que habitaron la histórica tierra del legendario castillo de los Estúñiga, de don Juan Manuel y los Alba que ahora, con la mella de los últimos siglos, parece querer continuar mirando, y escuchando, el danzar y a sus músicos. Unos danzaderos, los de Galve de Sorbe, que han extendido, o al menos dado a conocer la hermosura de sus danzas, de imperecedera memoria, por media España.

   Cosa que también hacen, e hicieron, los vecinos danzantes de Condemios de Arriba, que celebran danzando la Asunción de María, el 15 de agosto. Desde los tiempos en los que, quizá, los pastores que marchaban de aquí a la Extremadura, con los rebaños de los Manrique, los Lozano, los Beladíez o los Montero, regresaban en semejante día para compartir, con los suyos, la fiesta del lugar.

   Son, los danzantes de Condemios de Arriba, a semejanza de los de Galve de Sorbe, o viceversa, número par. Ocho mozos y mozas, que las mozas han entrado hoy por hoy a formar parte del folclore provincial, antaño reservado al varón. Ocho mozos y mozas, decía, que a las órdenes de su jefe, o jefa de danza nos recuerdan que la Serranía, y nuestros pueblos, se mantienen vivos en ese aspecto tan importante como es la tradición, y el sentir popular que es cosa que se agarra al corazón. Danzantes, y danzantas, que nos bailan “Tres Hojas·, “El Troncho” y hasta el “Me casó mi madre”, que pasa por ser un romance aunque, todo hay que decirlo, es copla con música del poeta de Jadraque, Ochaíta, y música del maestro Valerio.


   Pero, ¿existe cosa más hermosa que ver a los danzantes serranos, de Galve o Condemios, trenzar su cordón al pie de nuestro mítico alto, el Santo Alto Rey de la Majestad?

   Ocasión tenemos de verlos, en este mes de agosto en el que la danza, y sus danzaderos, salen a la pradera de nuestra tierra para decirnos que sí, que sigue teniendo vida; y gente que la baile y la cante. A ritmo de jota y con sonido de gaita y tambor.

   Lo bueno del mes de agosto de esta nuestra Sierra, que de cuando en cuando, se viste de gala.

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 9 de agosto de 2019

   
   Una de las principales festividades que a través de los siglos celebró la población de Hijes, metida en la hermosura de las sierras que dividen las hoy provincias de Guadalajara y Soria, en la tan desconocida y por descubrir “ruta de los pueblos rojos”, popularizada a través del Camino del Cid, fue la de San Bernabé, santo que de alguna manera abría la puerta a las celebraciones primaverales de este lado serrano al que por su altitud, las templanzas llegaban algo más tarde que al resto de la provincia. No digamos de la parte de la Nueva Castilla, que se extendió hacia las extremaduras andaluzas.


 Agosto de danzas y danzantes en la Serranía. Guadalajara en la Memoria. nueva Alcarria. Guadalajara

 
   San Bernabé, que se celebró por aquí como fiesta grande el 11 de junio, llevaba a la población una de las más famosas comparsas de danzantes que se conocieron en este rincón provincial. Que fue, como pocas, tierra de danzaderos al santo patrón correspondiente; al que acompañaban desde la iglesia y a través de las calles en su recorrido procesional por el pueblo para regresar, animados de la música de la gaita y el tambor, nuevamente al lugar del que partieron, ejecutando alguna de aquellas tan conocidas y bailables piezas en ritmo de jota y compás de romance que, gracias a las poblaciones vecinas de Condemios o Galve, mantenemos en la  memoria.

   Aquellas que hablan de caballeros hidalgos, damas enamoradas y tantaranbainas al tero lero. Que es, poco menos, que el sonido que producen los palitroques, puesto que también se danza a ritmo de palitroque, al chocar entre ellos, en las danzas de paloteo.

   En el remoto siglo XVIII ya se nos daba cuenta de que los vecinos del Concejo de la villa de Hijes, entonces vasallos del Conde de Coruña antes de serlos de los duques del Infantando, celebraban misa mayor, además de las votivas correspondientes, junto con una novena al dicho Santo Bernabé. Danzantes que costaban, entre unas y otras cosas, la nada desdeñable cantidad de ciento cincuenta reales anuales, dándonos a entender que estaban a salario del Concejo. O que el Concejo pagaba aquella fiesta, porque era la principal, puesto que los danzantes se invitaban con aquello  que los vecinos echaban en la bolsa del zarragón, por bailar una pieza a las puertas de cualquiera de las familias que lo solicitaba.

   Los danzantes de Hijes también tomaron parte en las fiestas de San Miguel de mayo del vecino pueblo de Ujados, ya que durante varios siglos ambas poblaciones, quizá de las más significativas del “Condadillo de Miedes”, lo compartieron casi todo: el médico, el farmacéutico, el herrero, el veterinario, el cura y, si a ello nos ponemos, hasta las nubes de la tormenta.

   Algo más alejado de Higes, subiendo hacía la raya provincial de Segovia, en Campisábalos, los danzantes, al igual que los anteriores, dejaron de bailotear hace ya  mucho tiempo. Cuando la herida de la emigración gangrenó estas tierras hasta dejar las carnes en puritico y, prácticamente, fosilizado hueso.


   Y sin embargo, de estos tres que llevamos citados, el que mantuvo a sus danzaderos durante más tiempo fue el hermoso pueblo de Campisábalos. Ocho eran los mozos que con motivo de la festividad de Santa María Magdalena, el 22 de julio; y de San Bartolomé, el 24 de agosto, abrían las correspondientes procesiones a través de las calles del municipio al son de la gaita y a ritmo de danza, ejecutando sus artísticos saltos a honor y gloria de los titulares de la fiesta; recorriendo el pueblo entre el alborozo de los vecinos que, al final de cada una de ellas, ofrecían alguna caridad que posteriormente los danzarines empleaban, como en Higes, en invitarse a una merienda bien regada con el sano fruto de la vid correspondiente.

   Danzantes y danzaderos hubo en el vecino lugar de Villacadima, con ocasión de la Virgen del Campo, aquí celebrada el 8 de septiembre, y con motivo de las fiestas votivas de San Roque, el 16 de agosto, de cuya memoria prácticamente nada queda, ni gente para contarlo. Y danzaderos a ritmo de gaita hubo en su vecino y hermoso poblachón de Cantalojas, al que Villacadima perteneció como anexionado desde los remotos primeros tiempos del siglo XIX.

   Aquí, en Cantalojas, todavía los danzantes continuaron saliendo a las calles, precediendo al santo patrón, San Julián Confesor, que de alguna manera quiso desplazar la fiesta en honor a la Virgen de Valdeiglesias, traída a la población desde su ermita a ritmo de danza y que terminaron siendo, prácticamente, una misma celebración. Aquella Virgen de Valdeiglesias que todavía conserva la letra de sus aleluyas:
La Virgen de Cantalojas,
de Valdeiglesias llamada,
tiene el color de las hojas,
del robledar y pinada…

   Los mozos danzantes que abrían las procesiones a ritmo de gaita, como en las poblaciones anteriores hace ya también muchos, pero que muchos años, que desaparecieron. Sin embargo aquí, en la Cantalojas pinariega, la danza de los ocho mozos quedó reemplazada por la de casi todo el pueblo; o por la de aquellos vecinos y vecinas del pueblo que, cuando la procesión se detiene en los lugares que señala la tradición, bailotean ante las imágenes correspondientes con el recogimiento propio de las grandes festividades, a ritmo de jota, en escena que se repite por muchos de los pueblos de las provincias vecinas de Soria, Segovia y Ávila, en estampa prendida a la memoria de los lugareños de esa Vieja Castilla a la que Cantalojas perteneció, desde tiempo inmemorial, hasta que la reciente historia trazó los mapas de nuestra organización provincial actual. No olvidemos que Cantalojas, antes de ser Guadalajara, fue segoviana por parte de la vecina tierra de Ayllón, y burgalesa, por parte de Aranda de Duero.

   También hubo, y los continúa habiendo, danzas y danzantes al pie del castillo de Galve. Danzas y danzantes que aquí quedaron unidos a la Virgen del Pinar, que se celebró por el mes de octubre y ahora, por aquello de reunir a los vecinos de la villa, que como los de tantas otras andan desperdigados por el rugoso mapa que conforma el reino, se unen en el mes de agosto, los tercer sábado y domingo, para danzar, bailar y cantar, traer y llevar de la iglesia a la ermita y de la ermita a la iglesia, a su Virgen patrona a ritmo de gaita y compaña de danza.

   Y allá vieres, como los antiguos dirían, a las mozas y mozos que hoy conforman el grupo de danzantes ejecutando sus saltos, castilleros incluso, organizados por su zarragón, como manda la costumbre, vestidos de domingo, que es como decir que lucen traje de fiesta, ribeteado de flores cuando la ocasión lo requiere, y hacen sonar castañuelas y  palitroques, cuando lo requiere también la ocasión, como para que se despierten, sin durmiendo están, aquellos espíritus que habitaron la histórica tierra del legendario castillo de los Estúñiga, de don Juan Manuel y los Alba que ahora, con la mella de los últimos siglos, parece querer continuar mirando, y escuchando, el danzar y a sus músicos. Unos danzaderos, los de Galve de Sorbe, que han extendido, o al menos dado a conocer la hermosura de sus danzas, de imperecedera memoria, por media España.

   Cosa que también hacen, e hicieron, los vecinos danzantes de Condemios de Arriba, que celebran danzando la Asunción de María, el 15 de agosto. Desde los tiempos en los que, quizá, los pastores que marchaban de aquí a la Extremadura, con los rebaños de los Manrique, los Lozano, los Beladíez o los Montero, regresaban en semejante día para compartir, con los suyos, la fiesta del lugar.

   Son, los danzantes de Condemios de Arriba, a semejanza de los de Galve de Sorbe, o viceversa, número par. Ocho mozos y mozas, que las mozas han entrado hoy por hoy a formar parte del folclore provincial, antaño reservado al varón. Ocho mozos y mozas, decía, que a las órdenes de su jefe, o jefa de danza nos recuerdan que la Serranía, y nuestros pueblos, se mantienen vivos en ese aspecto tan importante como es la tradición, y el sentir popular que es cosa que se agarra al corazón. Danzantes, y danzantas, que nos bailan “Tres Hojas·, “El Troncho” y hasta el “Me casó mi madre”, que pasa por ser un romance aunque, todo hay que decirlo, es copla con música del poeta de Jadraque, Ochaíta, y música del maestro Valerio.


   Pero, ¿existe cosa más hermosa que ver a los danzantes serranos, de Galve o Condemios, trenzar su cordón al pie de nuestro mítico alto, el Santo Alto Rey de la Majestad?

   Ocasión tenemos de verlos, en este mes de agosto en el que la danza, y sus danzaderos, salen a la pradera de nuestra tierra para decirnos que sí, que sigue teniendo vida; y gente que la baile y la cante. A ritmo de jota y con sonido de gaita y tambor.

   Lo bueno del mes de agosto de esta nuestra Sierra, que de cuando en cuando, se viste de gala.

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 9 de agosto de 2019

lunes, 21 de enero de 2019

GALVE DE SORBE: PINOCHOS DE LUNA. Memoria de sus pinos, y sus pinares

GALVE DE SORBE: PINOCHOS DE LUNA.
Memoria de sus pinos, y sus pinares


     Que nada tienen que ver, los Pinochos de Luna, con el famoso muñeco al que le crecía la nariz según las circunstancias. Salvo que ambos, los Pinochos y el muñeco, eran de madera.

   Hacen referencia, los Pinochos serranos, a los pinos, que tanto se dan en esta tierra a medio camino entre las dos Castillas; y recogía el resulto de la palabra don Manuel Pérez Villamil cuando hace más de cien años se echó las alforjas al hombro y caminó la tierra de Atienza hasta la cumbre del Alto Rey a lomos de mula desde su natal Sigüenza con deseos de conocer esta tierra y su monte mágico, o mítico, o ambas cosas. 



   Un monte que luce por estos días en  plenitud de fortaleza vital. Eso sí, con viento fresco, porque en lo alto de la cumbre el viento cimbrea los pensamientos más sensatos. A pesar de ello es una delicia subirse a la cima de nuestro mundo serrano y echar la mirada al horizonte para contemplar la lindeza de una tierra de por sí hermosa, única y sin igual. Y es que la tierra de cada cual es la más hermosa que cabe imaginar; que para eso es la propia.





   Es toda una lección de sabiduría popular la que nos legó Pérez Villamil al regreso de aquel viaje, y una delicia volver a recorrer los caminos hoy borrados por el paso del tiempo y de las jaras, estepas por algunos pagos, que retornando a sus dominios todo lo envuelven, a falta de tahonero que salga en su búsqueda para mantener sus hornos y ofrecernos el pan de cada día con olor a verdad.

   Desde la cumbre se observan hacía Poniente los extensos pinares que con la llegada del otoño se convierten en un vergel para los buscadores de hongos. Una extensión que desde lo alto apenas se aprecia envuelto en cumbres y brumas, y que en los mapas envuelve el pliegue de tres o cuatro provincias, según se mire.

   También en los tiempos de don Manuel Pérez Villamil se miraba a los pinares, pero con otros ojos. Los pinos servían para mucho más que ser la sombra de nuestros extraordinarios boletus y los no menos exquisitos níscalos que si septiembre llega con agua, colmarán más de un plato.



   A don Manuel Pérez Villamil le mostraron, por estas tierras y en aquellos lejanos años, que los Pinochos de Luna no eran exclusivos de Galve, sino que se extendían por tierras de los Condemios, Campisábalos y aún por las veredas que bajan desde la montaña sagrada hacía Albendiego y poblaciones vecinas. Aunque de ellos le hablaron aquí, en Galve. Más tarde también se escucharía algo semejante por Albendiego.

   Albendiego durante mucho tiempo fue seña de identidad a través de la madera. Los mueblistas de esta localidad tuvieron fama más que merecida por sus exquisitos trabajos en la capital del reino, y aquí, en este hoy apartado rincón provincial tuvo subsede uno de los famosos cinco gremios de la capital de España.

   Ir de pinochos era cosa de mujeres. Y es que las mujeres serranas fueron, quizá, a la hora de levantar una casa, o mantenerla, más valerosas que los hombres. O estaban hechas de otra pasta, de madera de boj, que es dura y resiste. La mujer serrana levantó estas tierras a fuerza de sangre, sudor y lágrimas. Mientras el hombre acudía al campo, o a la taberna, ellas hacían la casa, criaban a los hijos, atendían la huerta, el rebaño, el gallinero, los cerdos, preparaban la comida y, por la noche, salían de pinochos.



   Los pinares de Galve siempre fueron de lo más productivo de este rincón terrenal de una Guadalajara que hoy mira hacía los extremos del Henares rayanos con  otra provincia, la de Madrid. Extremos que visten corbata y han olvidado las delicias del campo. Ha quedado este rincón para otear caprichos. Para descanso vacacional y echar de menos lo que falta, que mucho es. No se puede culpar a nadie de las carencias. Todos somos un poco responsables, cada cual a su  manera. Las autoridades porque fiaron en los ciudadanos; los ciudadanos porque fiaron en las autoridades, y así pasaron los años y así nos va yendo y nos fue.

   Codiciados fueron también los pinares de Galve, tanto que sus gentes usaron su madera para todo. Para levantar y calentar sus casas, y para obtener unos ingresos necesarios en tiempos en los que el sobrevivir no dependía de una pensión cobradera a fin de mes; sino de un jornal cobradero al final del día. Y escaso, muy escaso. Tanto que apenas llegaba para unas hogazas de pan, o media libra de carne. Y comer había que hacerlo todos los días.

   No fueron pocos los vecinos de la población que a lo largo del siglo XIX pasaron por los juzgados de Atienza, procesados por las talas ilegales. Y largo y farragoso como pocos fue un pleito que el Concejo de Galve sostuvo con sus aldeas vecinas de Palancares, La Huerce, Valdepinillos, Umbralejo, Valverde y Zarzuela, los lugares de su tierra, por la posesión y uso y disfrute de los pinares. Batalla judicial que se extendió en el tiempo por treinta o más años para encontrarse, los lugares de la tierra que lo que habían disfrutado desde más de cien años atrás, con un juez que les decía que era ilegal lo que hacían y que a partir de entonces, 3 de marzo de 1865, fecha de la sentencia, el uso y disfrute de aquellos pinares correspondía, entera y verdaderamente al Concejo de Galve, y aquellos que lo habían usado estaban condenados a pagar una indemnización por el uso y disfrute, y a no perturbar la paz social de la galvita villa.

   Que bastante perturbada estaba ya a cuenta del pinar, y de un suceso acaecido el 11 de agosto de 1856. Producto, quizá, de los Pinochos de Luna.

   Es el caso que aquel 11 de agosto de 1856 los pinares de Galve se convirtieron en una tea imposible de dominar. Uno de esos incendios malintencionados arrasó con medio término y se llevó por delante unas cuantas hectáreas de pino. Y unos cuantos miles de troncos. Y todo había dado comienzo con una investigación rutinaria por unos guardas forestales recién llegados a la población, que sospecharon que a las puertas de las casas de los vecinos de la villa se almacenaba, de cara al invierno, más leña de la autorizada.

   La autorizada eran ciento setenta pinos. La corta ilegal estimada dos mil y ciento. Y todo el pueblo comprometido. Tan comprometido que para borrar el  desafuero cometido en el pinar, no se ocurrió otra cosa que prenderle fuego, para de esa manera borrar las pistas; que ya estaban a las puertas de cada uno de los vecinos del lugar, y no se podían borrar. Inocencia del tiempo.

   El Gobierno civil de Guadalajara hubo de intervenir en el asunto, procesando, multando al alcalde, concejales y guardas de monte. Al concejo se le multó con mil reales; quinientos al señor alcalde; trescientos al secretario y doscientos que habían de satisfacer los ediles. Que por supuesto, quedaban cesados en sus cargos, al igual que los guardas de monte del partido de Atienza por omisión de sus obligaciones, a más de los cargos penales que les pudiesen corresponder, y les correspondieron.

   Y es que los incendios fueron, por aquellos tiempos y hasta bien entrado el siglo XX, el pan de cada día. El jarro de agua con el que aplacar la sed. La necesidad de un poco de madera de más, con la que sacar unas perras con las que llevar a casa un poco de pan, aunque fuese a costa de eso, de lo que hoy llamaríamos, poco menos, que conducta criminal. Pero habría que ponerse en la piel de aquellas gentes que necesitaban, y no tenían otra cosa.

   De ahí que por esta tierra, en las noches de luna, las mujeres saliesen a los pinares, con un hachuelo a la espalda y unas alforjas en las que echar aquellos “pinochos de luna”, con los que alimentaban el ganado que en las largas jornadas invernales mugía en las cuadras.



   Las crónicas de la nieve, por estos pagos y aquellos tiempos, hablan de días, semanas, meses incluso de aislamiento. Crónicas hablan de muertos a causa de la nieve, como lo fue el molinero Lucas Martín las navidades de 1891; y de caminos tan borrados que para ir en busca del correo al  pueblo de al lado ordenó el alcalde que, en lugar de uno, fuesen tres hombres. Y de animales muertos en las parideras, por falta de alimento. Y muertos enterrados en nieve, a la espera de que la primavera permitiese hacerlo en la tierra.

   Entonces, en los días de la nieve, las mujeres, más valerosas y con  más sangre fría, salían de pinochos, a cortar los brotes tiernos con los que alimentar el ganado. Y así se lo contaron a don Manuel Pérez Villamil: Llamamos pinos o pinochos de luna los que furtivamente se cogen en los pinares de otros pueblos, pues por escapar a la vigilancia de los guardas se van a cortar de noche, casi siempre a la luz de la luna”. Una luna de color pálido, ruborosa tal vez.

   Ahora, por estas fechas y estos pagos la luna se revuelca en un horizonte, aunque humilde y silencioso, hermoso, como únicamente la tierra propia lo puede ser. Y los pinochos de luna no temen la mano que mece el hachuelo. Y continúan mirando al  Santo Alto Rey, el monte de las leyendas, las historias y los misterios, que los tiene, y los tuvo. Sólo nos faltó una pluma que, como la de Gustavo Adolfo Bécquer con las de su hermano Moncayo, las contase.

Tomás Gismera Velasco
Periódico Nueva Alcarria.
Guadalajara en la Memoria

GALVE DE SORBE, SU CASTILLO Y SU TIERRA

GALVE DE SORBE, SU CASTILLO Y SU TIERRA




Galve de Sorbe es hoy un pequeño municipio de la provincia de Guadalajara. Cuenta con apenas 100 habitantes censados; llegó a contar con varios centenares hace dos o tres siglos.




La historia, desde la época de los Arévacos, y los celtíberos, pasó por su tierra. Fue señorío de Iñigo López de Orozco; del Infante don Juan Manuel, y Condado de los Mendoza, y de la Casa de Alba.





Su nombre, procedente tal vez de un caudillo árabe, Galib; ha traspasado las fronteras de su Tierra, para afincarse en el continente Americano de la mano de uno de sus condes, Gaspar de la Cerda, Virrey de Nueva España.




Sus Crónicas, que son historia; de su castillo, de sus condes y de sus gentes, son las que rescata este libro, que trata de ser memoria del Ayer y del Hoy de una población encuadrada en uno de los rincones más hermosos de la Provincia de Guadalajara: La Sierra Norte y Tierra de Atienza y Ayllón, puesto que se encuentra a mitad de camino entre dos provincias, la de Guadalajara y la de Segovia, a la que en algún remoto tiempo perteneció.




Con su ayer, su hoy y su mañana, su Virgen del Pinar y sus Danzantes.
Galve de Sorbe, su castillo y su tierra, crónicas para una historia.






SUMARIO DEL LIBRO:

GALVE EN LA MEMORIA DE FRANCISCO LAYNA SERRANO / 9

La historia remota / 21
Un apunte geográfico / 21
El Macizo de Ayllón /28
Tiempos primitivos / 31

De Galib, a galve / 35
La reconquista / 37
Galve del infante don juan manuel / 44

Galve, de señorío a condado / 51
Iñigo López de Orozco, primer señor de galve /51

El castillo de galve / 65

Los condes de galve / 77

Galve, de la edad moderna al siglo xviii / 91

El patrimonio religioso / 101
La iglesia de nuestra señora de la asunción / 101
Las ermitas / 118

Del concejo de galve / 121
El horno de pan cocer u horno de poia / 122
La carnicería /123
El molino harinero / 124
La fragua o herrería / 126
El rollo o picota / 127
El mercado de galve / 133

El costumbrismo / 139
Nuestra señora del pinar / 140
Los danzantes de lavirgen del pinar /146

Galve entre dos siglos, el xix y el xx /151
Incendio en el pinar / 151
Las guerras carlistas en galve de sorbe / 156
Una sociedad de recreo para galve / 158
La boda de los montero / 161
El conde de Romanones, en galve / 164
Evolución demográfica / 169
Galve, en los  anuarios del comercio y la industria / 170

Galve de sorbe, crónica de un siglo (1900-2000) / 175

El castillo, laúltima aventura / 197

Apéndices / 207
Relaciones topográficas / 207
Galve de sorbe en el catálogo documental / 210
Sentencia dictada en el pleito por la titularidad del monte pinar, entre Galve y sus alquerías /214

Bibliografía / 221



El libro:


  • Tapa blanda: 226 páginas
  • Editor: Independently published (15 de enero de 2019)
  • Idioma: Español
  • ISBN-10: 1794026355
  • ISBN-13: 978-1794026353


El Autor: 



Su autor, Tomás Gismera, y su obra, han sido reconocidos en numerosas ocasiones, destacando premios recibidos como el "Alvaro de Luna", de historia, de la provincia de Cuenca, ( en dos ocasiones); "Eugenio Hermoso" (de Badajoz); "Serrano del Año" de la Asociación Serranía de Guadalajara", "Popular en Historia", del Semanario Nueva Alcarria; "Melero Alcarreño", de la desaparecida Casa de Guadalajara en Madrid; Alonso Quijano de Castilla la Mancha; Turismo Medioambiental del Moncayo, de Zaragoza; Paradores Nacionales; Radio Nacional de España;  Primer Encuentro Nacional de Novela Histórica; Recreación Literaria de Córdoba; Hispania de novela hisórica; Federación Madrileña de Casas Regionales; etc.


   En la actualidad es colaborador ocasional de varios medios de prensa, radio y televisión de Castilla-La Mancha y Castilla-León;  siendo habitual su firma, semanal, en el bisemanario de Guadalajara "Nueva Alcarria", edición papel, en donde lleva a cabo la sección "Guadalajara en la memoria"; así como en el digital "Henares al Día"; donde tiene a su cargo la sección "Gentes de Guadalajara"; habiendo sido colaborador de otros medios como "Cultura en Guada"; "Arriaca", Cuadernos de etnología de Guadalara, de donde ha sido vocal del Consejo de Redacción; etc. Siendo fundador, coordinador y director de la revista digital Atienza de los Juglares, de perioricidad mensual, fundada en 2009, y reconocida como una de las mejores, en este contexto, editadas en la provincia de Guadalajara, de repercusión nacional y carácter altruista.

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